Nebraska, Alexander Payne, 2013
Ningún viaje termina mientras haya donde ir. La búsqueda de un camino personal como requisito indispensable para el ejercicio de la propia dignidad se convierte en Nebraska, la última película del norteamericano de origen griego Alexander Payne, en la excusa definitiva a la que aferrarse fuerte especialmente en las últimas curvas de la vida. Tras su exitoso paso el festival de Cannes 2013 y sus flamantes seis nominaciones a los Oscar 2014, Nebraska llegaba a las salas de la ciudad hace unas semanas.
Payne, quién desde que dirigiera en 2004 Entre copas (Sideways) ha venido cosechando nominaciones a los Oscar con cada uno de sus trabajos, vuelve en esta película a ajustar con destreza la balanza entre la tragedia y el humor negro para llevar a imágenes un guion de Bob Nelson esta vez. Se trata de la historia de Woody Grant, un anciano de carácter difícil y razonamiento nuboso (interpretado de forma excepcional por un Bruce Dern premiado como mejor actor en Cannes), quién tras recibir un reclamo publicitario en el que figura como ganador de un importante premio, decide emprender un viaje para recogerlo pese a la oposición del resto de los mortales, incapaces de hacerle ver que se trata de una de las más antiguas artimañas comerciales. Su hijo menor David (Will Forte), harto de tener que ir a buscar a Woody a las afueras de la ciudad cada vez que a éste le da por emprender a píe el camino a Nebraska (donde, según reza el anuncio, el premio le será entregado), decide convertirse en cómplice de los delirios seniles de su padre emprendiendo con él un viaje iniciático a través de las carreteras interestatales norteamericanas y enfrentándose así al resto de la familia, especialmente a su contestataria madre, Kate (June Squibb). Tal y como sucedía en sus anteriores A propósito de Schmidt (About Schmidt, 2002) y Los descendientes (The Descendants, 2011), Alexander Payne se sirve en Nebraska de los desajustes generacionales presentes en una sociedad actual en constante huida hacia adelante para contar un cuento amablemente melancólico sobre la importancia de la autoestima, la dignidad, el respeto y la complicidad como antídoto para la desidia.
Con la impecable fotografía en blanco y negro de Phedon Papamichael, e impregnada del humor condescendiente con el que Payne abriga sus películas, Nebraska, se apoya principalmente en la apabullante interpretación de su actor principal, un Bruce Dern que a sus 77 años ratifica sin duda el mensaje que se desprende del film en conjunto. La dignidad de la mirada de Woody, entre trasnochada y admirable, encuentra en el rostro de Dern el marco perfecto para retratar el metafórico guion de Bob Nelson. A él se suman un pequeño grupo de secundarios entre los que destacan el televisivo Bob Odenkirk (Breaking Bad), y sobre todo una June Squibb excepcional en el papel de lúcida esposa de Woody.
Aunque sin duda se trata de una de las películas más interesantes estrenadas en lo que llevamos de año, quizá lo único reprochable en esta historia sea su pretendida estética de afán indie que, bajo mi punto de vista, satura de amabilidad y optimismo una historia que regatea intencionadamente a lo largo de su metraje muchos de los problemas más profundos de una edad, la vejez, que le sirve de pretexto. Y es que, a medida que las capacidades mentales de Woody van mermando, las soluciones y recursos narrativos de la trama se van haciendo más previsibles y por tanto menos sorprendentes. En este sentido, Nebraska se situaría más cerca del tratamiento de la tercera edad presente en la inolvidable Una historia verdadera (The Straight Story, David Lynch, 1999), que del visto en la valiente y magistral Amour (Michael Haneke, 2012).
Sin embargo, Nebraska resulta una entretenida y muy recomendable película que más que una road movie, funciona como una comedia negra sobre la importancia de no perder de vista nunca ni las aspiraciones personales que nos dan aliento ni las locuras que deberíamos estar dispuestos a hacer por perseguirlas.